¿Tienes previsto lo que harás mañana? ¿Sabes lo que vas a comer? ¿Sabes el plan que tienes este fin de semana? ¿Estás planeando las vacaciones? ¿Has mirado el la aplicación para ver que tiempo tendremos en los próximos días?
Es bastante probable que a muchas de estas preguntas hayamos respondido que sí. Por lo tanto, tenemos casi todo bajo control. Todo está previsto, pautado y decidido. Nada debe escapar a nuestra planificación.

Pero ¿Qué pasa cuando las cosas no salen como teníamos previstas? ¿Qué sucede cuando llueve y no estaba dentro de nuestro guión? ¿Qué ocurre cuando nuestros planes se desbaratan? Puede ser que nos frustremos y todo pierda sentido, empezando a maldecir a todos dioses del Olimpo.
Quizá sería conveniente pensar que hay cosas que escapan a nuestro poder. No es posible que todo esté controlado. No está todo sujeto a nuestras normas, previsiones y leyes, sino que hay cierto albedrío en la naturaleza y en el mundo que nos rodea.
En la antigüedad, en muchas ocasiones dejaban a los dioses o al destino cierto protagonismo. Entendían, de forma sabia, que no todo está bajo control. Sin embargo, hoy con creemos que todo puede estar bajo control, que en nuestra vida todo obedece a nuestra planificación, cosa que no es así.
Lo maravilloso de la vida es la improvisación, dejar al destino que haga su parte, saber que no todo es blanco o negro, como lo teníamos previsto, sino que hay matices, acontecimientos, sucesos que no podemos controlar.
Así que no quedará mejor opción que respirar y entender que el destino tiene su parte, que tiene su sentido y su finalidad. La oposición a esta posibilidad sólo genera dolor y sufrimiento porque sería como tratar de oponernos a la gravedad o a que salga el sol.
Pero tenemos buenas noticias: Hay cierta opción de control ¿saben cual? Nuestra actitud. La forma en que nos enfrentamos a ese destino a esos acontecimientos.