No es lo mismo. Sentir, según el diccionario es experimentar sensaciones producidas por causas externas o internas, mientras que consentir es permitir algo o condescender en que se haga. Naturalmente todos/as sentimos cosas, tenemos sentimientos, como se suele decir. Lo contrario, no sentir, no es natural a la persona. No sienten quienes no tienen sentimientos, quienes no tienen vida. Por tanto sentir es propio de la persona, de todas la persona. Entonces ¿cual es la clave para sentir sin consentir?

Consentir sería más bien quedarse atascado en un pensamiento en una sensación o sentimiento. Es rumiar una y otra vez lo mismo. Es darle vuelta a lo mismo. Por tanto sería ideal no consentir. No dejar que aquellos sentimientos o sensaciones, especialmente las negativas, se ceben con nosotros y nos cambien. Si consentimos demasiado es probable que perdamos el sentido del humor, que nos encontremos peor, más decaídos, más tristes, porque consentir en exceso nos hace vulnerables y nos aboca a la depresión.
El peligro de no consentir es que nos pueda hacer personas poco sensibles. Nos hacemos algo más duros más fuertes e invulnerables y por tanto se nos pueden perder ciertas sensaciones y algunos sentimientos; pero, probablemente, nos haga más felices. Puede que el peligro de acostumbrarnos a no consentir es que nuestra piel se hace más dura, nuestro corazón más fuerte y le cueste más emocionarse o sensibilizarse. Es por eso que, cuando alguien sufre de desamor, le cueste, luego, enamorarse. Con todo el dilema es evidente: ¿sentimos o consentimos?
Como muchas veces he propuesto desde este espacio, cualquier polarización es mala. No puede ser bueno ser unos “sentidores” empedernidos, de igual modo que es perjudicial no consentir ni una. En la mitad está la clave. Pero, con una salvedad: no debiéramos consentir nada si no queremos. Consintamos lo que queremos de verdad y no lo que nos imponen. Otra clave para consentir es que no deberíamos consentir que algunos pensamientos se queden rumiando mucho tiempo en nuestra cabeza. Por eso, tampoco consintamos dar demasiadas vueltas a las cosas. Así que cuando un sentimiento o pensamiento nos esté dando mucho la lata, no le consintamos tanto y a otra cosa.
Especialmente hemos de tener en cuenta que somos nosotros/as los que debemos controlar nuestra cabeza y no dejar que ella sea la que decida lo que consentimos o con lo que nos enfrascamos. Puede ser complicado, pero a veces, simplemente con no prestar atención a ese sentimiento o pensamiento, es suficiente para dejar de rumiar… ¿te atreves?