Algunas personas quieren que cambiemos. Ocurre con cierta frecuencia en las parejas. Alguien nos atrae y empezamos una relación con el deseo de que cambie aquellas cosas que no nos gustan. Hay quien tiene la terrible manía de pretender cambiarnos, moldearnos, hacernos a su medida, cuando por suerte o por desgracia, los verdaderos cambios nacen únicamente del interior.

Yo esperaba que con el nuevo trabajo cambiara, yo creía que con la llegada del bebé cambiaría, yo pensé al cambiarnos de vivienda todo cambiaría a mejor, esperaba que al empezar este proyecto, cambiaría. Muchas personas esperan el cambio por circunstancias, cuando generalmente el cambio se produce por un convencimiento interior y no por la imposición o factores ambientales.
No cabe duda que el ambiente nos puede modificar. Es decir, que el irnos a vivir a otra ciudad, empezar una nueva relación, tener un nuevo trabajo inicie en nosotros un cambio de vida. Sin embargo, un cambio de actitud, de carácter, de pensamiento, necesita, en la mayoría de los casos, un trabajo mucho más profundo. No es raro escuchar a las parejas que estaban en crisis, mostrarse decepcionados con la llegada del bebé porque pensaban que esta circunstancia iba a mejorar la vida o la convivencia. Seguramente, en un primer momento se produjo ese cambio, la llegada del bebé cambió la vida de todos en el hogar, pero con el paso del tiempo, la situación puede volver a ser la de antes e incluso empeorar, porque el bebé requiere más atenciones y quita tiempo a la pareja.
Nadie tiene la obligación de cambiar si no quiere. El cambio potente, profundo, verdadero y prolongado en el tiempo, lleva una decisión personal y profunda. Dejar de fumar, hacer deporte, una dieta alimenticia, únicamente es efectiva si la persona esta plenamente convencida y decidida a hacerlo. Es una tontería mayúscula intentar cambiar a quienes nos rodean a base de imposición, porque generalmente lo que genera es más rechazo.
Pero también existen algunas herramientas que puede provocar el cambio de las personas que nos rodean. O, mejor dicho, hay cosas que no deberíamos hacer si queremos provocar ese cambio de quienes nos rodean.
Imponerlo: O dejas de fumar o me dejas a mi. Seguramente, la decisión que tome la persona sometida a esa presión será dejar a la persona. O, si quiere conservar la relación seguirá fumando a escondidas. Por tanto, la imposición nunca funciona y, lo que es peor, genera rechazo.
Recordar continuamente: Recoge tu cuarto… recoge tu cuarto… recoge tu cuarto… y el cuarto, termina al final del día totalmente tirado. No podemos recordar de manera insistente aquello que queremos, porque consigue igualmente generar rechazo. Aparejado a esto tenemos
La paciencia: No podemos pretender que inmediatamente si queremos que alguien cambie, se produzca en el momento que lo decimos y porque lo decimos nosotros. Hay que tener paciencia, la persona de la que esperamos un cambio, necesita un proceso que no es el que nosotros pretendemos, sino el suyo.
Aportar beneficios y aspectos positivos: Proponer en un clima de conversación tranquila, en un momento adecuado, las ventajas que tendría ese cambio de actitud. Por ejemplo: después de una caminata un/a fumador/a se siente cansado/a. Tranquilamente, podríamos decir: “a lo mejor, tal vez, si fumaras un poco menos podrías estar menos cansado/a y sentirte mejor”. Pero nunca desde el desprestigio o acusación del estilo: “lo ves, no puedes porque fumas, Te estás matando…
Siempre propositivo y en los momentos adecuados. En medio de una discusión no es nada bueno tirar los trastos de lo que hace mal, el cambio personal requiere de la reflexión y valoración sosegada y no de un clima hostil, que siempre va a generar rechazo.
Nadie tiene la obligación de cambiar porque otra persona se lo imponga. Las imposiciones, las dictaduras, únicamente generan rechazo y aumentar los problemas. Por eso, siempre será bueno un clima conciliador y de reflexión para generar cambios en nosotros y los demás.