A nadie le gusta el fracaso. Seguramente nos programan para el éxito, nunca para las decepciones. Siempre se quiere ganar, ser el primero/a, tener éxito, ser atractivo/a, que nos valoren, ser afortunados. Pero ¿qué pasa si nos va mal? ¿Estamos preparados para fracasar? Diría que no. Lo demuestra que en educación se habla, y mucho, de la resistencia al fracaso, asumir los fracasos, especialmente entre los más jóvenes quienes tienen o han tenido casi todo lo que quieren y, cuando no consiguen algo se frustran.

Sin embargo el fracaso no es malo. De los fracasos hemos de aprender, salir reforzados y mejorados. Los fracasos nos enseñan a ser mejores a valorar lo que hicimos para llegar a ese punto y de cómo corregir algún detalle para no fracasar en la siguiente oportunidad. El lado positivo del fracaso lo encontramos precisamente en no centrarnos en lo que salió mal, sino apoyarnos en lo que salió mal, utilizarlo como trampolín y salir afuera.
Me viene ahora a la cabeza la fábula del viejo burro. Se trata de agricultor que tenían un Burro muy mayor y que ya no le servía porque no tenía fuerzas para ayudarle en las labores del campo ni en el transporte. Así que decidió enterrarlo en un hoyo cavado en la tierra. Así lo hizo. Una buena mañana salió con el burro al descampado, donde había hecho el hueco y lo tiró allí. Era el Fracaso total de la vida del animal. No servía, por tanto debía aceptar su situación y quedarse allí esperando su triste final. El agricultor, empezó a echar tierra en el hueco, para dejar sepultado al burro y olvidarse de él. Pero el animal, que no tenía nada de tonto, en cada palada que le caía encima —cada fracaso— lo utilizaba para aplastarla bajo sus pies y subirse sobre ella. Así hasta que logró alcanzar la boca del agujero, salió por él y se alejó del agricultor buscando una nueva vida.
Seguramente, si no sabemos aprender del fracaso, nos habríamos quedado en el hueco. El problema de fracasar es, precisamente, centrarnos mucho en lo que hicimos mal, quedarnos con el resultado. Imaginamos que nos preparamos para una carrera. Llegado el día no conseguimos estar entre los puestos que esperábamos. Nuestra frustración, seguramente se centra en que no hemos conseguido nuestro objetivo. No valoramos el recorrido, lo que hicimos, el paisaje que había en la carretera, las sensaciones de nuestro cuerpo en cada tramo de la competición. Nos quedamos únicamente con la idea de no haber conseguido el objetivo. Una prueba de ello, lo encontramos en las competiciones deportivas. Hay quien se planta en la final de cualquier campeonato y, si no la gana, es un estrepitoso fracaso. Pero, ¡si has conseguido llegar a la final, eres el segundo mejor! No. Sólo vale la victoria.
No hay que tener miedo al fracaso y por eso me quedo con dos ideas fundamentales para aprender de esta situación de falta de éxito. Primero: no contarme sólo en el resultado, el camino seguro que es maravilloso y Segundo: Aprender de lo que no salió bien, para mejorar, cambiar aquello que no está adecuado.