y cuando la realidad rompe las expectativas

Hablamos de tener fe, esperanza, de saber que pronto terminará todo y, sin embargo, el encierre se alarga. Tenía la esperanza de poder celebrar pronto un abrazo con compañeros, amigos y familia, reunirnos como lo hacíamos antes, pero todo se demora. Confiaba en poder celebrar la fiesta de mi cumpleaños, la onomástica o cualquier otra que tenía lugar en estas semanas de estancia en casa, pero la realidad me dice que no será posible. Así, cuando la realidad rompe las expectativas, no queda otra que aceptar la realidad.

ser positivo y cuando la realidad

Durante estas semanas, nos ha servido y nos sigue valiendo pensar en la esperanza, la fe en que pronto la enfermedad remita y podamos salir. Confiaba en que para mayo todo volvería a ser normal, pero no es así. La realidad es otra. No está en mi mano, no la controlo yo.  Así que me viene a la cabeza la oración de la serenidad que dice: «Señor, dame fuerza para cambiar lo que está en mi mano, la serenidad necesaria para aceptar lo que no puedo cambiar, y la sabiduría para distinguir entre ambas» No se trata de resignación negativa, sino de aceptación de la realidad.

Es verdad que nos ilusionamos con facilidad, ¿Qué sería de nosotros sin las ilusiones? Nos convertiríamos en personas aburridas y negativas. Nos ilusionamos con que esto termine, nos ilusionamos con un futuro mejor, esperamos un cambio. Incluso, cuando compramos un billete de lotería, lo hacemos con la ilusión de recibir un premio. Así, ilusionarnos, tener fe, esperanza es algo muy bueno. De la misma manera que ha de ser algo bueno, comprobar que nuestro billete de lotería no ha sido premiado. Aceptar la realidad sin darle demasiadas vueltas a las cosas, sin preguntar demasiado ¿qué habría pasado si…? Aceptar aquello que no está en mi mano cambiar.

Porque si hay algo que no podemos cambiar, precisamente es la realidad que, a veces, con el caprichoso destino, nos muestra caminos diferentes al que teníamos previsto. Pero seguro ese camino esconde una maravillosa enseñanza. Por eso no tiene mucho sentido enfadarnos con la realidad porque no es aquella que esperábamos. No sirve de nada maldecir, enfadarnos porque las cosas no suceden como pretendíamos desde hace tiempo. Seguramente no era el momento, hay otro camino para mi y vuelvo a la oración de la serenidad:

«Señor, dame fuerza para cambiar lo que está en mi mano,

la serenidad necesaria para aceptar lo que no puedo cambiar,

y la sabiduría para distinguir entre ambas»

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