Parece una tontería, pero no lo es. Vivir una vida en la que no tengamos todo atado y bien atado, produce bienestar. La razón es sencilla, si todo está controlado, si tenemos todo pautado, preparado y previsto, vamos a vivir entre el aburrimiento y la rutina. Para evitarlo hay que soltar las riendas a la improvisación y al cambio. No tenemos, ni debemos tenerlo todo controlado.
Muchas personas son amantes de la organización. Cuando no está todo absolutamente preparado, se sienten en peligro. Sin ir más lejos, hace unos días en el trabajo, debíamos desarrollar una actividad conjunta en la que un compañero me decía: no va a salir, no lo tenemos todo preparado. Faltan los materiales, no se ha comunicado bien. Sin embargo, le decía ¿de qué te encargaste tu? lleva tu parte y verás que todo sale. Y así fue, cada cual cumplió con su encargo y la actividad se realizó sin problema. No es que sea un amante de la desorganización, sino que no vale la pena pretender tenerlo absolutamente todo controlado, sino dejar libertad para que cada persona realice su parte y confiar. Si no sale, se podrá corregir o luego ya se valorará y se aprenderá de los errores.
Hace años recuerdo que me angustiaba con cualquier actividad que tuviera que realizar al día siguiente. Necesitaba tenerlo todo previsto. Si había una reunión, la preparaba al detalle, no descansaba bien pensando en como saldría. Si me responsabilizaba de un evento, sucedía lo mismo, no descansaba bien, me angustiaba pensando en cómo saldría todo, quería tenerlo todo controlado. Sin embargo, con el tiempo aprendí que no hay que tenerlo todo controlado. Hay que dejarse llevar, fluir, como dicen ahora. Aunque sí que es necesario preparar las cosas, incluso tener un plan A, el B y el C o el D, si hiciera falta. Pero lo que no debería suceder es tener todo absolutamente, todo controlado, porque siempre habrá cosas que se nos escapan y por tanto no podemos agobiarnos por tenerlo todo controlado.
Siempre es bueno dejar algo abierto a la improvisación, al descontrol. Si queremos ser felices, hemos de dejar abierta esa posibilidad ¿Por qué? Básicamente, porque por ese resquicio de descontrol es por donde entra la felicidad, el aprendizaje, lo divertido, lo memorable. En el control, en lo previsible, en lo rutinario prácticamente no hay alegría, sino lo habitual, lo normal, lo esperado, lo escrito en el guión. Por eso es es necesario salirse de la línea, dejar que esa improvisación nos atrape por ese lugar en el que había algo no previsto. No lo tengamos todo controlado, dejemos que la magia del caos nos inspire y nos motive en cosas nuevas y diferentes.