Parece que, cada día, nos dan más claves para ser felices. Va a resultar que, al final, tendremos que hacer tantas cosas para ser felices, que no tendremos tiempo para nada. Lo cierto es que hace unos días leía un informe de Young Consumer en el que se aseguraba que no ser tan consumista y ecologista nos hace más felices. Así que manos a la obra.
No creo que se trate de hacer más o menos cosas para lograr la felicidad, sino más bien de incorporar hábitos que nos hacen más felices. Además, creo que hay que incorporar esos hábitos, sin que suponga un trastorno. Por ejemplo, si soy un comprador empedernido y no me gusta nada cuidar el medioambiente, tener que hacerlo ahora para lograr la felicidad, seguramente será una locura. Por eso no entiendo la felicidad como un cambio radical de hábitos, sino cómo incorporar aspectos que nos hacen más felices. Puede que, por ejemplo, si dejo de ser un comprador/a compulsivo/a, notaré cierto bienestar, luego poco a poco puedo ir desarrollando más esta forma de vida.
Sinceramente creo que obsesionarnos con la felicidad no tiene ningún sentido. Hacer cosas porque me van a hacer felices, seguramente nos aportará una felicidad efímera, momentánea pero no una felicidad verdadera. Por eso, me parece interesante el estudio de Young Consumers, porque creo que nos dice algo que todos sabemos, pero que se confirma mediante una prueba desarrollada empíricamente.
El consumo no nos da la felicidad. Es obvio. Vemos a los niños y a los “no tan niños” en navidades o el día de reyes, felices con tantos juguetes, regalos, casi desbordados. Una semana después, estarán guardados en alguna estantería sin que le presentemos mucho interés, aquellos detalles están tan guardados como la felicidad que nos provocaron. Podemos comprarnos el último modelo de móvil, el mejor vehículo que, los primeros días, nos dará cierta satisfacción, alegría y placer. Pasado un tiempo, lo normalizamos y volvemos a estar igual que antes. Por tanto, comprar, tener, sólo da una felicidad instantánea. Tan instantánea, que más que felicidad, la llamaría placer.
¿Y con la ecología? No me cabe duda que hacer algo bueno por los demás nos da felicidad y alegría. Estoy convencido que “hay más felicidad en dar que en recibir”. Por ello, cuando cuidamos, cuando damos, procuramos bienestar a los demás, nuestra satisfacción será doble. Creo que aquella persona que tiene una conciencia ecológica, que cuida el entorno, que mantiene un espacio más limpio, al estar tratando de dar algo bueno a los demás o al medio en el que vive, se sentirá orgulloso de sí mismo. Por ejemplo: yo estoy más feliz, cuando voy andando por mi trabajo y recojo algún papel que alguien dejó tirado en el suelo. Y, además, quien lo tiró no debe sentirse orgulloso de haberlo hecho.
Otra clave interesante con el mundo ecológico y que, muchos defienden como forma de encontrar la felicidad es participar en actividades de ayuda a los demás; por tanto, si además de tener una conciencia ecológica, me enrolo en alguna organización que organizan actividades de limpieza de montes, playas, cuidado del ambiente, me sentiré doblemente satisfecho/a, ya que me estoy implicando en una actividad solidaria, de ayuda a otros/as, y además estoy sintiéndome útil.
Como decía anteriormente, los estudios sociológicos muchas veces nos confirman lo que ya sabemos. El consumo, lo económico el tener más, no nos da la felicidad, mientras que desarrollar una conciencia ecológica y ponerla en práctica, sí que nos hace felices.