Todo un mundo se confabula para crear algo positivo a nuestro alrededor. Cuando mostramos una actitud agradecida como forma de vida, todo cambia. Esa misma situación nos viene de vuelta. La generosidad y el agradecimiento desde el corazón hacen sentirnos bien con nosotros y con los demás, de forma que desarrollamos en el entorno una halo de positividad que contagia a quienes nos rodean.
Lo cierto, es que en general no solemos ser muy agradecidos. Nos cuesta mostrar gratitud a la cajera del supermercado, al funcionario que nos atiende o al conserje que está en la puerta. Seguramente pensamos que no es necesario dar gracias porque ya están haciendo su trabajo y reciben su salario por ello. ¿Qué mas quieren? —dirán algunos— Para eso les pagan. No encuentro peor situación que esa, la de los que piensan que no hay que agradecer, porque ya cobran por ello.
La gratitud es una forma de vida. Hay quien da las gracias por el alimento recibido, por el día que comienza o por simplemente disfrutar de una puesta de sol. Tenemos muchas cosas que agradecer cada día. Si estamos vivos, tenemos salud, cobijo y comida… debiéramos dar GRACIAS enormemente. Hay, por desgracia, quienes no tienen nada de lo que nosotros disfrutamos. Simplemente el hecho de que pueda escribir y que alguien pueda leer esto, significa que tenemos mucho más de lo que algunas personas en determinados lugares del mundo no pueden disfrutar. Lo mismo sucede con el alimento y la vivienda. Un gran número de habitantes del planeta no tienen que comer ni donde dormir.
El agradecimiento, como otras muchas actitudes, podemos incorporarlas a nuestra vida con práctica, simplemente dando las gracias cada vez que tengamos alguna oportunidad. Al dependiente, al que nos cede el paso, al que nos abre una puerta, a quien nos presta algo, a quien nos espera o a quien llega. Da igual a quien: simplemente da las gracias. Por la comida, por el día, por todo aquello que tenemos. Nuestra vida, siendo agradecidos, cambia radicalmente. Seamos agradecidos, seamos positivos.