Y podemos continuar la frase con cualquier cosa dejando fuera de nuestra área de influencia cualquier problema que tengamos. Si algo malo me sucedió es por culpa de alguien, si se me perdieron las llaves de casa porque alguien las quitó de su sitio, si un trabajo salió mal, es porque otros se equivocaron, si la comida no salió buena es porque en el super me dieron productos de poca calidad, si las cosas no salen como estaban previstas es porque alguien es un incompetente… así podríamos hacer una lista infinita… Siempre es culpa de otros.
Esta semana, precisamente, una persona cercana perdió su móvil. «Me robaron el móvil». Que extraño, le dije, es muy raro, aquí no suelen desaparecer. ¡Pues si. Alguien me lo robó! Evidentemente, esa persona estaba muy enfadada y agobiada buscando su dispositivo, así que mi opción fue guardar silencio y ayudar en lo poco pude ¿has hecho un recorrido por donde estuviste, has preguntado… ? Y poco más. Al día siguiente volvía con su móvil que y algo había encontrado.
No es nada bueno culpabilizar a otros de los que nos ocurre. Básicamente porque nos impide crecer y ser mejores personas. Esa actitud muestra una falta de madurez personal que recuerda a nuestra infancia, cuando, si nos pillaban haciendo alguna trastada, eludíamos cualquier responsabilidad culpando a un hermano, a un amigo o cualquier otro.
No digo tampoco que haya que irse fustigando continuamente, ni culpabilizarse por todos los males del mundo, sino ser capaces de aceptar nuestros errores, conocer nuestras potencialidades y dificultades, asumirlas actuado en consecuencia. Por ejemplo, si reconozco que soy una persona despistada y se me olvida donde dejo las cosas, lo normal es asumir esa situación, tomármelo con calma y tratar de localizar aquello que extravié.
Culpabilizar y no reconocer errores no soluciona nuestro problema, sino que más bien al contrario, los incrementa, porque nos impide reconocer nuestras dificultades para poder mejorar. Creer que otros son los que hacen las cosas mal, nos hace más vulnerables porque nunca nos conoceremos realmente. Por tanto, la solución es una justa medida de cada cosa. Es decir, saber cuando tenemos nuestra parte de culpa sin castigarnos por ello, sino como una forma de conocernos y valorarnos; al tiempo que sabemos delegar y ver en otros también sus dificultades y potencialidades: un justo equilibrio. No te culpes en exceso, no culpes en exceso.