En ocasiones en la vida hay momentos que deseamos que pasen rápidamente. En cambio, cuando estamos a gusto, nos gustaría que ese instante no termine nunca. Es probable que nos preguntemos si el reloj camina más rápido en unas ocaciones que en otras. Sin embargo, es sólo una percepción personal que nos hace disfrutar más o menos de la vida dependiendo de cómo estemos en cada momento.
Pero ¿por qué disfrutar de las cosas que no nos agradan? Pues sencillamente, porque forman parte del camino. Lo que no podemos pretender es que nuestro recorrido sea sólo un camino de rosas lleno de cosas agradables. En la vida nos encontramos con situaciones buenas y malas, pero hemos de aprender a disfrutar de cada una de ellas. De las buenas y de las malas.
La clave en ambos casos es parar y respirar. Ya he hablado en ocasiones anteriores de la «atención plena» que es una estupenda herramienta para enseñarnos a disfrutar de la vida. No hay que hacer nada especial, sino practicar la atención consciente. Sería algo así como no ver la película de tu vida, sino ser el protagonista de ella. Simplemente parando en momentos, siendo plenamente consciente de lo que ocurre y sintiendo al máximo, nos hace vivir y disfrutar más de la vida.
Ocurre con frecuencia que, cuando estamos en un lugar que no nos agrada demasiado, queremos que aquello termine rápido para volver a nuestra zona agradable. Lo que sucede es que a veces esos lugares desagradables ocupan demasiado espacio en nuestra vida y si tratamos de evitarlos, estaremos perdiéndonos parte importante de nuestra existencia. Esos lugares desagradables pueden ser nuestro trabajo, la reunión familiar a la que no queríamos asistir, el compromiso inevitable… Por tanto, la solución no consiste en tratar de pasar rápido por estos momentos, casi sin enterarnos. La mejor opción es respirar, calmarnos y disfrutar de ellos porque siempre van a tener algo bueno que mostrarnos.
Disfrutar de la vida no consiste en evitar determinados momentos, sino vivir intensamente el viaje, con todos los paisajes que nos ofrece. Unas veces áridos y otros más bellos y agradables, porque todos, absolutamente todos, forman parte del camino.