La vida, nos lleva con su vorágine, a comportarnos como autómatas. Nos levantamos casi siempre a la misma hora, hacemos las mismas cosas, vemos más o menos a la mismas personase diario y eso, probablemente, nos automatiza, nos desconecta con el mundo, nos hace menos humanos. En las empresas se busca lograr los objetivos, en las familias llegar a fin de mes, en la escuela cumplir con lo programado y así nos convertimos en máquinas olvidándonos que estamos rodeados de personas.
Con personas que sienten, que aman, que sufren, que viven… y, lo que debería ser lo primero en una escala de valores, está pasando a ser lo último, cuando no, a desaparecer de nuestras vidas. Lo menos importante es la persona, quizá porque la sociedad nos enseña eso: es más importante aparentar que ser, dice mucho de ti la talla de ropa que usas y nos olvidamos que debajo de la ropa, debajo de la piel hay un montón de sentimientos, hay un montón de vida.
No es una frase mía la que da título a esta entrada, sino que la escuché en un curso de formación. “a veces se nos olvida que tratamos con personas…” ¡tremendo! Nos hemos automatizado, nuestros objetivos materialistas han traspasado lo realmente importante: vivir, sentir, ver, amar… nos olvidamos que tratamos con personas y le damos más valor a la última tecnología, al vestir a la última moda, perdiendo nuestra identidad comportándonos como máquinas… Quizá es que a los que mueven los hilos les interesa que sea así.