Cada año, el último domingo de octubre y de marzo, cuando hacemos el cambio de hora, algunas personas viven este acontecimiento con cierto estrés. ¿Es una hora más o menos?, ¿Ahora dormimos más que antes?, ¡Mañana seguro que llego tarde a todos sitios!, y encima ahora nuevos horarios de comida y de sueño ¡me va a costar acostumbrarme! Con todas esas cosas en la cabeza, lo único que hacemos es generar un estrés innecesario que nos impide fluir con la vida y sus diferentes acontecimientos. Si dormimos una hora más, ¡bien! Y si dormimos una menos ¡bien también!
Recuerdo hace unos años que nos equivocamos en casa el día de cambiar los relojes. En aquel entonces no era siempre el último domingo de mes como ahora, sino que en función de cómo fuera el mes se cambiaba antes o después. Así que estuvimos cambiando y descambiando horas durante un fin de semana. ¡Fue graciocisimo! Ahora, ya con la madurez y la experiencia que nos van dando los años, ni siquiera me preocupa. No sé si es una hora más o menos. Simplemente me abandono y dejo que las máquinas (los relojes) hagan su trabajo y yo simplemente disfruto de la vida.
¿Para qué me voy a preocupar si es una hora más o menos si todos los dispositivos electrónicos (móviles, tabletas, ordenadores… se cambian solos? Simplemente miro el móvil a la mañana siguiente, veo la hora que es y me pongo en marcha. ¿De qué sirve pensar si antes dormía más o menos, si las tardes son más grandes o más pequeñas, si almuerzo antes o después…? ¿acaso puedo cambiar esas cosas? ¿Porque sufrir o estresarme por lo que no puedo cambiar? Hay una máxima que invita a luchar con todas tus fuerzas para cambiar aquello que está en nuestra mano y dejar de sufrir por cosas que no dependen de nosotros. No tiene ningún sentido pasarlo mal por el cambio de hora, es algo que sucede cada seis meses, como las estaciones, como el día o la noche y por tanto es mejor aceptarlo y fluir con ello, disfrutando de cada minuto intensamente de esta vida.