Una de las características de la adolescencia es la ruptura con la generación anterior. Es, quizá, una rotura justificada por la necesidad de experimentar, de comprobar por uno mismo el mundo desconocido que se despliega. Sin embargo, esa actitud en lugar de enseñarnos, se convierte en todo lo contrario, y así, dejamos de crecer.
No me refiero a crecer desde el punto de vista biológico, sino más bien al crecimiento como persona. Cuando aprendemos, crecemos. El aprendizaje nos hace más maduros, más grandes interiormente, pero hay personas que se cierran a ese crecimiento, de un modo especial cuando se responde, aunque no sea de manera explícita, «ya eso me lo sé» o ¿que me vas a enseñar tu, si eres antiguo?
La ruptura adolescente no debiera ser muy larga, puesto que si se prolonga en el tiempo, nos impide crecer, aprender… aunque debemos reconocer que hay quienes se quedan anclados en esta etapa y desarrollan actitudes como la prepotencia, superioridad, abuso, dominio, que nos alejan de una vida plena porque ¿cómo se puede aprender si ya lo sabemos?, ¿aprendería un niño a sumar, si continuamente afirma que ya sabe hacerlo? Seguramente no. Por eso considero que la mejor actitud en la vida es la de dejarnos sorprender, querer aprender continuamente,especialmente de los mayores que, aunque no sepan tanto de tecnología, no sean tan hábiles, tienen un bagaje personal y de vida que nos pueden enseñar muchísimo. Personalmente, me quedo lo máxima socrática «sólo sé que no se nada», una afirmación que nos invita a aprender de manera continua y que utilizo todos los días de mi vida.