Un uno de septiembre hace ya tanto tiempo que parece olvidado, pero no, continúa presente este día en mi memoria. Seguramente porque el impacto fue impresionante a una edad en la que no estaba acostumbrado a este tipo de despedidas.
Los recuerdos parecen difuminados por el tiempo, pero siguen estando presentes. Algo no era igual aquella mañana. Al levantarme, la cama estaba desecha y nadie contestaba a mis llamadas. La casa estaba desierta, desnuda, violentada por los acontecimientos mañaneros.
Hace 21 años se levantó como todos los días, muy temprano para ir a trabajar. Se sintió mal en el baño, mi madre lo socorrió, vino la ambulancia silenciosamente. No escuché ningún estrépito ni ruido, nada era anormal sino la cama deshecha y el desorden del cuarto.
El teléfono sonó para confirmar que algo iba mal. “Estamos en el hospital”, Papá no se encontraba bien esta mañana y vinimos nuevamente por urgencias. No me alarmé. Estaba contrariado. Hace unas semanas, quizá unos meses, también había tenido que ir por urgencias por una lumbalgia, así que que esa misma dolencia que reincidía.
Hace 21 años bajaba por la autopista hacia el centro hospitalario, en el cassette sonaba Joaquín Sabina “Por el bulevar de los sueños rotos” y las lagrimas brotaron espontáneamente. Sabía que Papá no volvería. Unas horas después nos confirmaban la noticia.
Dicen que las personas no mueren mientras permanezcan en el recuerdo. Veintiún años después, sigues en mi memoria, recuerdo tu bondad, tu sonrisa, tu pasión por el trabajo, que creo he heredado. No recuerdo nada malo, puede que lo hubiera, pero no me viene a la cabeza. Te recuerdo sonriente como en la foto de las bodas de plata. Tranquilo. Paciente. Sereno. En paz, veintiún años después…
Cuanto lo siento Jesús, son perdidas irreparables, inolvidables…recibe un gran abrazo, gracias por compartir estos momentos tan íntimos. Beso.
Gracias. Un abrazo