¡Con lo sencillo que es la “sencillez”! En ocasiones nos empeñamos en complicarlo todo, haciendo que las cosas más simples parezcan difíciles. Quizá esa es una de las cualidades del ser humano: complicar lo que aparentemente es fácil y simple. Algo que corrobora esta afirmación es que complicar las cosas ha servido y sirve de argumento para muchas películas y libros de gran éxito, basadas en que el protagonista enrolla las historias, creando un nudo, porque no se atreve a decir que…, piensa que la otra persona, confunde a otros por no decir toda la verdad o no ser claro en sus expresiones.
Una de las graves complicaciones en la vida es el no atreverse a decir las cosas claras, porque se piensa distinto, ¡con lo fácil que es decir no estoy de acuerdo contigo! Aunque, no hay que confundir esta idea con aquellos que afirman “yo todo lo digo en la cara” y va insultando a todo el que se le cruza por delante. No se trata de ser ofensivo o de molestar, sino de ser capaz de explicar sus ideas y de exponerlas con calma y claridad.
El hecho de no ser claro en nuestras propuestas hace que toda nuestra vida sea una confusión, porque nunca está claro si estamos diciendo blanco o negro. No es evidente que estemos o no de acuerdo con algo o alguien. No se sabe de esas personas si “si” o si “no”. Hay siempre en ellos una ambigüedad que impide establecer con ellos relaciones positivas, porque a unos dice una cosa y a otros una diferente. Recuerdo un dicho de mi tío que nunca olvido a la hora de tener que expresarme con claridad con otras personas. Decía que “más vale un rato colorado que toda la vida descolorido”. Me gusta porque significa que, aunque tenga que pasar un mal trago por decir claramente mi posición, me posibilita que luego no esté toda mi existencia lamentándome diciendo: ¡qué hubiera pasado si…! Por tanto no compliquemos las cosas. Seamos claros. Con respeto y empatía expresémonos para que no nos pasemos la vida “descoloríos»