Habitualmente vemos pelis con final feliz y, aunque no siempre terminen así, los que intervienen en ellas son perfectos. Cuerpos fantásticos, vidas maravillosas… todo es perfecto. Pero ¿qué ocurre en la vida real, donde la perfección no es tan evidente? ¿Que sucede cuando nuestra vida es perfectamente normal? ¿Qué pasa cuando no se cumplen las expectativas que nos creamos para nuestra vida?
De pequeños respondemos con cierta facilidad a la pregunta ¿Qué quieres ser de mayor? Entonces pensamos en una vida idílica, tal y como nos la han mostrado por diferentes medios. Algunas veces, cuando no se cumplen esas expectativas, nos vemos en una encerrona. ¿Qué hacer entonces? ¿Para qué mi vida, si no puedo hacer aquello que soñé? Llegados a este punto solo existen dos salidas: la primera caer en la resignación ante lo que nos ha tocado, “esta es mi cruz”, “es lo que me ha tocado vivir” o la segunda opción, que me gusta más, amar aquello que tenemos, ser feliz con lo que nos ha tocado.
No hay nada perfecto, porque esa perfección no existe. Esa vivienda idílica, casi un palacio con la que soñaba no es así, porque tiene goteras, o porque es tan imponente que entran ladrones, porque hay que pagar un montón de impuestos por ella… Todo tiene sus ventajas e inconvenientes. La cuestión es que, cuando no todo es perfecto, o sea, en la mayor parte de los casos, la mejor solución es centrarnos en lo positivo que tiene nuestra vida. Seguro que si ponemos en una balanza lo bueno y malo que tenemos en nuestra existencia, veremos un puñado de cosas buenas. Por tanto, lo ideal es centrarnos en lo bueno que tenemos, obviando lo malo. Es verdad que no tenemos un palacio, pero sí un lugar donde descansar y comer. Es cierto que no tengo un cuerpo de película (o si 😉 je je je), pero puedo ver, sentir, tocar, escribir, oler, amar y no me gasto nada en centros de estética y dietas para mostrar ese cuerpo. Es verdad que no tengo un vehículo último modelo aparcado fuera de mi casa, pero tengo uno que me lleva al mismo sitio. Seguramente más despacio, pero me lleva.
Estoy convencido que no valoramos lo que tenemos, sino que vivimos agobiados en una sociedad de consumo que nos muestra un montón de necesidades innecesarias, Una perfección que no existe en la vida real, pero que nos hacen creer que hay un mundo maravilloso ajeno al nuestro, para que corramos tras él sin darnos cuenta que “no todo es perfecto”, que esa perfección no existe, que sólo son imágenes de televisión.