La sociedad de consumo, para mantener un sistema que únicamente hace más ricos a los que ya lo son, nos hace creer que teniendo cosas, muchas cosas, seremos más felices. Así deseamos tener el móvil último modelo, la casa más confortable, una enorme televisión y, como no, un buen vehículo que sea la envidia de todos los conocidos. Sin embargo, las personas felices no tienen ningún apego a las cosas. Tienen objetos materiales, claro está, algunos muy buenos, pero simplemente los usan. El truco está, a mi poco entender, en que esos objetos materiales los usemos y nos divirtamos con ellos, pero que no sean un fin en sí mismo.
Un amigo me habló hace tiempo de un labrador que vivía alejado del mundo. Vive de lo que cultiva y cuando necesita algo, un familiar se lo compra. Por tanto, no sabe que es, ni tiene, televisión, móvil, tablet, ni nada que se le parezca. Dice que es la persona más feliz del mundo. Algunas personas, en cambio, viven obsesionados por tener cosas. Dedican mucho de su tiempo a trabajar muchas horas para conseguir aquello que desean. Así centran la vía en tener cosas, la felicidad es tener cualquier objeto, cuanto más valioso mejor. Por eso es importante “tener” un cuerpo de película, unas buena vacaciones o un buen coche, aunque no lo disfrutemos. Esa es la clave: ¿De qué me sirve tener un cuerpo espectacular si ando reprimido por no tomar aquellas cosas que me gustan? ¿Para qué quiero viajar en vacaciones si no las disfruto por qué no sé como pagarlas? Por eso es lo ideal es tener lo necesario y disfrutarlo intensamente. Adquirir sólo aquellas cosas que precisamos y que nos van a hacer muy felices y no tener por tener, pese a que la publicidad, las empresas, el marketing nos propongan continuamente “estar a la moda”, invierte sólo en lo que realmente te haga feliz.