Es frecuente ver en nuestras playas, en televisión, cuerpos esculturales. Personas que se cuidan mucho y que prácticamente toda su energía la invierten en tener un cuerpo admirado por todos.
No hace mucho tiempo, en televisión le preguntaban a un modelo cuánto tiempo dedicaba a cuidarse, a lo que respondía que “prácticamente las veinticuatro horas del día”. Argumentaba que dedicaba mucho tiempo a la actividad física. Además, no se permitía comer ni beber cualquier cosa, por tanto, estaba 100% dedicado al cuidado de su cuerpo, cosa que, obviamente parece lógica, ya que su exterior es “la base del trabajo”. Pero la pregunta es obvia ¿qué pasará cuando los años irremediablemente hagan mella en el organismo? ¿qué pasaría si padeciese una enfermedad más o menos grave? Es probable que su mundo se venga abajo.
Tener un cuerpo más o menos bonito es el deseo de muchas personas y puede proporcionarnos la felicidad a corto plazo. Sin embargo, si buscamos una dicha duradera, nuestro cuerpo no puede ser el centro y el fin de esa felicidad, porque más tarde o más temprano envejece, cambia y dejará desolados a aquellos que pusieron en el exterior toda su energía. No hay cosa más horrible que una persona de avanzada edad operada por todos lados, tratando de poner remediar la huella del tiempo en el físico.
No deberíamos, por tanto, poner nuestra energía en tener un cuerpo bonito. Si por casualidad se tiene la suerte de poseer un físico agraciado, sería bueno pensar también en otras cosas que sean más duraderas en el tiempo, pensar en sentimientos, actividades altruistas, que enriquezcan nuestra alma, porque el cuerpo nos pasará factura tarde o temprano y si vivimos centrados únicamente en la belleza y la apariencia la vida se desmoronará.
Vivimos tan de prisa, para morir.
Lo importante es que el trayecto sea bueno, saludos 😉