Muchos se empeñan en dividir la sociedad en dos grupos: los vencedores y los vencidos. Los ídolos y sus seguidores. Los que tienen éxito y los que no. De ese modo, una minoría exhiben sus cualidades, riquezas, ostentaciones y, muchas veces sus miserias, mientras el resto observa y trata de imitarles.
Sin embargo, no hay más que mirar cualquier noticiario o periódico para ver a un famoso llorando sus penas, asegurando que no es feliz, vendiendo su intimidad para poder comprar un trozo de felicidad en forma de “buena vida”. Otros, aparecen implicados en algún escándalo, acosados, criticados por alguna actividad ilícita. Algunos buscan refugio en sustancias que les ayuden a sobrevivir en una jungla muy competitiva y estresante. Aún así, los seguimos idolatrando, porque envidiamos un estilo de vida más que dudoso… Aún así tenemos el deber de venerarlos porque así lo expresa la “Santa Madre Televisión”.
Me quejaré siempre y me quejo del poco espíritu crítico que nos han inculcado. Insisto, siempre con los alumnos en que pregunten ¿por qué? como si de un niño majadero se tratase. Les pido que duden de todo pero con el deseo de aprender, de conocer más. Pregunten, pregunten y pregunten…
Nos quejamos de los dogmas de la Iglesia, del Estado, de todas las instituciones que ponemos en duda sin miramientos. Pero somos incapaces de poner en entredicho a los ídolos de barro que nos presentan los medios de comunicación y, aunque no sean poseedores de un curriculum en investigación, aunque no realicen ninguna actividad beneficiosa para la humanidad, aunque no sean pensadores, escritores o científicos relevantes, los seguimos idolatrando… ¡maldita caja tonta!