Las vacaciones iban terminando. Durante toda la estancia debatieron en familia si viajar o no a La Graciosa. Para visitar esta isla había que realizar un viaje en barco, una travesía que dura unos veinte minutos. Los miembros de la familia, las veces que habían tomado barcos para desplazarse entre islas, habían mareado, por eso le estaban dando muchas vueltas al asunto. Finalmente, durante la visita a la capital, Arrecife, compraron pastillas para el mareo y decidieron que irían a ver la única isla habitada del archipiélago chinijo.

Por cierto que la visita a Arrecife no dio grandes sobresaltos. Bueno, lo que se dice un salto si que dieron en una banda sonora camino de Costa Teguise que el conductor no esperaba y que al tomarla a gran velocidad, saltaron un poquito. La estancia en capital transcurrió entre las visitas a los castillos y a la iglesia de San Ginés. Primero por la Avenida Marítima, luego por la zona comercial, atravesando la ciudad por calles interiores buscando sombra, puesto que el día era muy caluroso. En coche visitaron el Museo de Arte Contemporáneo, ya que está alejando del centro.
En el último día de estancia completa en la isla se levantaron a la misma hora de siempre, pero más agitados de lo normal. Tenían que llegar para tomar uno de los primeros barcos de la mañana hacia La Graciosa. El plan era tomar un barco temprano y no venir en los últimos para evitar aglomeraciones. Así que a las diez de la mañana ya estaban preparados en el puerto de Órzola para viajar. El comienzo de la travesía fue agitado, pero luego, tal como miembros de la compañía de transporte habían dicho, entrarían en el río y desde allí sería un paseo.
Atracaron en el Puerto de La Caleta y desde allí comenzaron un recorrido a pie por las calles de tierra. No hay calles asfaltadas en La Graciosa. Se asomaron a varias calas y se notaba mucha actividad en la isla. Personas que iban a la playa, todoterrenos que iban de un lado a otro, personas que se afanaban en la limpieza de sus casas, así fueron contagiándose de la tranquilidad que rezumaba por toda la isla.
Llegaron a la iglesia de La Graciosa y al entrar se llevaron una maravillosa sorpresa. Eliasú se quedó maravillado y comenzó a tomar fotos de todos sus detalles. Como no podía ser de otra forma, al ser la isla un lugar eminentemente de pescadores, la patrona es la virgen del Carmen y todos los detalles del templo tienen relación con el mar. El altar se sostiene sobre un ancla, el ambón es un timón, las velas del altar la sostienen unos peces, la sede una concha de mar y el santísimo se sitúa sobre una barca en la que en la proa está un crucificado y en la popa la virgen del Carmen. Todo adornado por redes. ¡Maravillosa!
Continuaron la visita a La Caleta hacia el otro extremo, llegando, por calles interiores, a la playa de los pescadores, junto al muelle. Allí descansaron y debatieron qué hacer el resto del día. Así que decidieron preguntar cómo visitar el resto del lugar. Así conocieron a Sigi, uno de los taxistas de la isla. Se dedicaba, con su todoterreno a llevar pasajeros a conocer La Graciosa. Le preguntaron por el precio de una ruta por la isla, pero el hombre, amablemente les dijo que estos días no podía hacer ese trabajo porque hay muchisimo turismo y es imposible combinar el transporte de pasajeros con una visita completa a la isla que ocupa casi dos horas. Así que convinieron ir a la playa francesa, una de las que les habían recomendado.
El viaje fue rápido, Eliasú no dejaba de mirar por la ventana, contemplando aquel paisaje árido del que hablaba con emoción Sigi, el taxista. Un buen hombre sin duda, puesto que tras dejarlos en la playa y, al rato de estar allí, la familia se percató que habían dejado dos mochilas en el taxi, una con la comida y la bebida y otra con toda la documentación, llaves del coche, cartera, pasajes de vuelta, etc. Sigi, se prestó solicito a volver nuevamente a la playa, aunque ya estaba lejos de allí, para devolver lo olvidado en el coche.
El día de playa fue fantástico. El agua estaba muy fresca y limpia, Jugaron en la playa, recogieron conchas. Un día inolvidable en La Graciosa. El taxi vino a recogerlos a la hora convenida y regresaron a La Caleta, de ahí en barco lentamente hasta Lanzarote. La nostalgia invadía el ambiente de la expedición que empezaba a decir adiós a aquellas fantásticas vacaciones.
