Andrés López Curbelo y el volcán

Los días pasan demasiado rápido. Las aventuras, las vivencias, calan hondo en aquel joven deseoso de aprender, de comprender, de vivir… Por la mañana, como cada día, acudieron a desayunar copiosamente. En el hotel servían alimentos irresistibles, que al comienzo de cada jornada, Eliasú degustaba de muy buen agrado.

Interior actual de "a casa de José Saramago"
Interior actual de «a casa de José Saramago»

El día comenzó en Tías, un municipio que sorprendió por su modernidad. Aunque no habían edificios grandes y se guarda la línea de casas blanquecinas, su estructura, edificios públicos y vías se asemejan más a lo urbano que a lo rural que predomina en Lanzarote. Su aventura de hoy estaría guiada por escritores.

La primera parada tuvo lugar en «A casa Jose Saramago», premio Nobel de literatura afincado en Lanzarote. Estuvieron poco tiempo en la casa, pero Eliasú se quería contagiar se del espíritu del escritor. Le parecía un mundo fascinante poder escribir con soltura y ser capaz de llegar son sus ensayos y obras a muchas personas. Apenas visitaron el despacho y los jardines porque no había tiempo para más, puesto tenían otros planes para el resto del día. No obstante, aquella corta visita, buscando entre sus libros, paseando por el jardín, le sirvió para percibir la mágica esencia que tienen aquellas personas de reconocido prestigio. Se imaginó al escritor mirando por la ventana, mientras redactaba, sentado en el jardín o en un viejo escritorio que adornaba la estancia. 

De allí, partieron hacia Yaiza, un lugar encantador, limpio, bello, cuidado en todas sus calles, tranquilo. En esta ocasión, el encuentro, a través de la imaginación tuvo vulgar con el sacerdote de la localidad, don Andrés López Curbelo. Este personaje, también a través de la escritura dejo su huella en la isla. Los documentos del cura de Yaiza, han sido cruciales para la investigación en las erupciones del cercano volcán de Timanfaya.

Fabricando nubes
Fabricando nubes

Don Andrés le habló del temor de los habitantes de la isla, ante las llamaradas de fuego que salían de la tierra. Fueron años terribles. Todo comenzó el primer día de septiembre de 1730, era al oscurecer y la tierra se abrió y empezaron a brotar llamaradas de fuego durante diecinueve días. Pasaron muchísimo miedo. Un temor que dejo paso a la calma pero que pronto se vio interrumpida. En octubre de ese mismo año, relata el clérigo, tres nuevas aberturas volverían a erupcionar, sembrando el caos en la tranquila localidad. Esta vez, no sólo por las terribles llamaradas, sino por la masa de humo y gases que obligó a los vecinos a evacuar el pueblo.

Con tremenda tristeza, don Andrés recuerda que todas las casas fueron destruidas por el volcán. Todo sepultado por la lava, repite cabizbajo. Habrían unas cuatrocientas veinte casas, otras tantas familias que lo perdieron todo. Sin embargo, no hay que estar triste porque de esas lavas ha surgido nuevamente la vida. Recuerda, recuperando el  entusiasmo, la historia de Hilario quien, empeñado en hacer brotar vida en el actual Parque Natural, plantó una higuera que pegó en la tierra, pero nunca dio fruto. Yaiza es un pueblo maravilloso y bonito surgido de la negrura del volcán y, el Timanfaya es visitado por miles de personas cada año quedando sobrecogidos ante ese espectáculo.

El bueno de don Andrés, le dijo que visitara el parque. Es una maravilla contemplar lo que el volcán había construido. Un paisaje de infinitos conos volcánicos, un mar negro y rojizo, donde apenas hay vida. Un lugar que nos recuerda que el dragón ruge bajo el suelo de Timanfaya.

Eiasú subió hasta el parque acompañado por su familia. El camino por los volcanes lo hizo en guagua, cosa que le encantó algunos motivos. Por una parte le permitía visita el lugar de forma confortable y escuchando atentamente las indicaciones que daba la voz sobre los lugares que recorrían. Conos volcánicos de todos los tamaños, la estéril vegetación, quedaban muy cerca. Por otro lado, pensaba que si se permitía el paso libre al parque, pronto quedaría muy degradado, porque la mano de las personas pueden hacer mucho bien pero también estropear este majestuoso paisaje. Finalmente, porque el viaje fue apasionante, bordeando precipicios y ascendiendo y descendiendo colinas de lava.

Terminada la ruta en guagua Eliasú se encontró con el hombre que fabricaba nubes. Así llamó el a uno de los guías del parque encargado de enseñar el centro de visitantes. Le confirmó que el dragón de Timanfaya sigue vivo y se lo mostró de muchas maneras. Primero puso unos abrojos secos en una cueva excavada en la tierra y pronto ardió completamente por el calor que desprendía. Luego se dirigió al lugar de la fábrica de nubes. El muchacho le puso ese nombre porque les presentó unos tubos que se sumergían muchos metros en la tierra. Al verter agua en ellos, ésta salía a la superficie en forma de vapor, del mismo color que las nubes. Eliasú hizo una foto con su cámara y al ver el resultado comprobó que aquel hombre era el que fabricaba las nubes. Parecía como sí de la chimenea salieran las que en aquel momento cubrían parte del cielo del Lanzarote. Finalmente el hombre les pidió que fuera a ver una barbacoa natural. Estaba un poco más arriba. Allí se podía asar carne o calentar cualquier elemento colocándolo sobre una chimenea que salía desde la tierra que daba un calor que hacía casi imposible asomarse  para verificar que en el fondo no había ningún combustible.

Eiasú se fue contento de nuevo al hotel porque había conocido a un fabricante de nubes y por acercarse a la isla de otra forma a través de la cultura y de las letras, tan importantes para la sociedad.

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