Metidos en la cotidiana realidad, creemos que las personas son invulnerables. En el libro de la vida leemos con atención, que hemos de ser fuerte, no debemos llorar, tenemos que conseguir la mayor fortuna… Tu valor depende de lo que tengas. Así, por tanto consideramos que el poder, las posesiones, la estima, son claves para encontrar la felicidad. Sin embargo, todos los acontecimientos de la vida nos demuestran que no es así.
Eres polvo y en polvo te convertirás. Así de dura es la sentencia con la que nos obsequia la vida. Por más que quieras acumular riquezas, no servirán de nada, por más que quieras tener suerte, por más que seas valorado… más tarde o más temprano pasarás a figurar apuntado en el libro de la historia que se escribe de ceniza y polvo.
Somos frágiles pero nos negamos a admitirlo. Somos débiles, diminutos con una existencia limitada. En ocasiones hay quienes desperdician esa vida buscando la felicidad donde no está. En las posesiones, en lo material, en aquello que de nada sirve, porque no lo dejaremos en herencia ni tampoco nos lo llevaremos.
Algún acontecimiento de la vida cotidiana, una enfermedad, un accidente, un encuentro, nos recuerda que somos muy frágiles. Nos rompemos con mucha facilidad. Sin embargo, la maquinaria social nos distrae durante la vida para alimentar a quienes tampoco tienen en cuenta que eres polvo y en polvo te convertirás…
Una entrada contundente de la cruda realidad de nuestra existencia.
Como vemos a diario el dinero y el poder corrompe y degenera en actitudes que para nada ayudan a nuestro bienestar.
Generalmente nos damos cuenta de nuestra pequeñez en este mundo cuando perdemos un ser querido.