Las personas nadamos entre muchas aguas. Elegimos comportamientos en función del lugar en el que nos encontremos. De ese modo, no hacemos absolutamente lo mismo cuando estamos con compañeros de trabajo que en casa. No es igual una comida familiar que una de empresa. Siempre nuestro comportamiento se mueve por una serie de objetivos. Y, en general, lo que tratamos es de no escandalizar, mostrando aquello que se espera de nosotros.
La sociedad, las personas, marcan una serie de patrones de comportamiento, por los que nos regimos casi todos, actuando siempre correctamente. Y digo, casi todos porque hay dos grupos importantes que normalmente no hacen lo que esperamos. Son los ancianos y los niños. En los dos extremos de la vida se sitúan personas que, en el caso de los mayores actúan sin poner filtros ni apariencias, haciendo generalmente lo que les viene en gana porque no tienen mucho que perder. Los niños en cambio, actúan hasta ciertas edades sin tener en cuenta lo políticamente correcto, porque no lo han aprendido. Por eso, cuando en un acto público un niño empieza a canturrear o a bailar y sus familiares lo sacan del lugar para que no moleste, ante la mirada inquisidora de los presentes, lo hace porque nadie le ha dicho que es incorrecto y porque no tienen esos filtros que los mayores utilizamos con mucha frecuencia, como el de la vergüenza; el qué dirán, etc, que son posteriores.
Ciertamente es una pena que nos escandalicemos de algunas conductas con la etiqueta «está haciendo el ridículo», que se desarrollan especialmente en la adolescencia, cuando los chicos y chicas se esfuerzan infinitamente por caer bien, ser aceptado en el grupo, asumiendo roles determinados. A partir de este periodo comienza una represión en la que la personalidad se amolda a las circunstancias. ¡Una verdadera pena! Todo aquello que los padres se esfuerzan en inculcar a los hijos se pierde de golpe y porrazo por ser aceptados entre iguales, por socializarse, dicen… Esto explica que nos encontremos con jóvenes que no tienen claro qué estudiar, si realmente les gusta la música que oyen, si están verdaderamente de acuerdo con el devenir de sus vidas, porque actúan «por no molestar a los demás».
Para no escandalizar, no confesamos quienes realmente somos, lo que nos gusta, nuestras aficiones, nuestras creencias, nuestros sentimientos, bajo la pena de la incomprensión del grupo con el que nos rodeamos. Así nuestra vida, a veces, transcurre bajo una serie de máscaras intercambiables que nos colocamos dependiendo del lugar donde actuamos.
Por eso sería bueno dejar de lado las caretas y mostrarnos siempre tal como somos, aunque para eso tengamos que renunciar a estar presentes en lugares donde no nos aceptan. Pero indudablemente proporcionará muchísimo bienestar personal al sentirnos muy a gusto con nosotros mismos, y comprender que no vivimos en permanentes mentiras «por no molestar a los demás».