¿Por qué suceden las cosas?

Desde siempre las personas se han esforzado en comprender el motivo de las cosas. ¿Qué hace que todo sea como es? Los que confiamos en Dios sabemos que todo sucede por algo. Sin embargo los que no tienen esa confianza, buscan en adivinadores, cartas, esas explicaciones. O simplemente, no buscan. No les inquieta. Hay quienes cuando están en lo malo culpan al destino. También culpan a los brujos, alguien nos hizo daño, sin saber que muchas veces somos nosotros mismos los culpables de esa situación.

He conocido casos en los que la repetición de lo malo, se ha convertido en bueno. Es decir, casos en los que el ladrón, por ejemplo, a base de ejercer esa mala práctica, se ha convencido de que robar no es malo. Incluso considera que puede llegar a ser bueno. Incluso, cuando el ladrón es sorprendido, maldice su mala suerte, convencido que no estaba haciendo nada malo. Somos buenos por naturaleza, pero debemos tener la equidad necesaria para saber diferenciar lo que está bien y lo que no. Puesto que el mal repetido, puede, para algunos, convertirse en bien. Pero ¿Dónde está el bien y el mal?, ¿dónde la justicia? Todo depende del cristal con el que se mire. Por eso, teniendo claras una serie de referencias, podemos huir de las ambigüedades y convencernos de que todo sucede por algo.

 

Para algunos esta afirmación puede parecer determinista. Pero no lo es, especialmente, cuando aludimos a frases como “Dios lo quiso así”, “estaba escrito”, “era su día”. Sin embargo, cada vez más consideramos que las cosas suceden por algo, para extraer de ellas un aprendizaje maravilloso. Puede ocurrir, en el caso del ladrón, al que aludía antes, que el ladrón sea detenido, por primera vez, para que se dé cuenta que no estaba obrando bien. Puede ocurrir que se trate de una llamada para caer en la cuenta que hay algo que no está funcionando, como la lucecita de alarma que se enciende en el cuadro de mandos. En alguna ocasión ocurre que los acontecimientos no nos gustan. Por eso ponemos frenos, cambiamos, disimulamos y tratamos de no ver lo “evidente”. Tenemos la total libertad para elegir nuestras decisiones. Pero cuando no nos gustan preguntamos ¿Por qué Dios me hace esto a mi?, ¿Por qué permitió esto? No caemos en la cuenta que detrás de aquello que sucedió, hay un gran aprendizaje. Sin embargo, preferimos lanzar mil improperios, maldecir la suerte y enfadarnos con todo aquello que nos rodea ¿Y por qué culpamos a Dios de todo esto? En primer lugar habría que plantearse, antes de maldecir, el lugar en el que hemos puesto a Dios en nuestras vidas.

Hemos creado un Dios de usar y tirar, que debe actuar a nuestra conveniencia. Lo llamamos cuando lo necesitamos, mientras no nos haga falta, no nos hace falta, estará allí al fondo del armario. Lo curioso, además, es que aunque esté en el fondo del armario, aunque sólo le pidamos cosas, siempre responde, aunque a veces, la respuesta que da, no es la que queremos escuchar y por eso maldecimos o buscamos en otros lugares otro tipo de respuesta que sea más conveniente a nuestras necesidades. No es que seamos conformistas. Las cosas suceden por algo. No hay más que mirar a nuestro alrededor y observar todo lo que nos rodea. Todo eso no es fruto del azar, sino que ocurre por algo. Otra cuestión es que no somos capaces de leer la realidad. Un ejemplo lo tenemos en la actual crisis. ¿Por qué esta provocada? Por los bancos, la mala gestión, por… ¡Noooo! ¿Cuál es la raíz primera? El egoísmo de las personas. Hay quienes han querido enriquecerse, sin pensar en los demás. Gobierno, banqueros, grandes propiedades… ¿Hemos cambiado nuestra forma de pensar? ¿Hemos sabido sacar una lectura positiva a la crisis? Simplemente nos hemos echado a la calle a maldecir, a protestar, pero la raíz, que es el egoísmo de unos pocos, no lo hemos solucionado.

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