¿Envejece el cuerpo o la mente?

Leí hace tiempo que los jóvenes preferían el amanecer porque ellos están más cerca de lo nuevo. Sin embargo, los que nos vamos haciendo mayores, preferimos las puestas de sol, porque se acerca más al ocaso de la vida. Me sorprende esta conclusión, que desde luego no comparto, porque, sin tratar de instalarme en un «soy siempre joven», creo que las personas, su esencia, su ser más profundo no envejece. No dejan de gustarles cosas por el mero hecho de envejecer, sino porque vamos cambiando.

No me considero, en esencia diferente a cuando era niño. El cuerpo está algo mayor, no puedo hacer las locuras que hacía, quizá sea más sensato y hoy no se me ocurrirá hacer un descenso en bici sin frenos, ni pasar todo el día jugando, como hacía cuando era más joven. Mi cuerpo si envejece, mis rodillas lo notan, pero sí que me siguen gustando cosas que hacía de niño, tal como jugar al fútbol, los deportes y otras tantas aficiones que conservo desde pequeño.
Hay personas que se instalan en el «país de nunca jamás», pretendiendo siempre ser jóvenes. Dicen que todavía les va la marcha y que desde hace décadas salen siempre los fines de semana con sus amigos. Es posible pensar que esas personas se niegan a envejecer. Y, evidentemente, no hablo de esas personas, que pecan, probablemente de infantilismo y falta de madurez.
El otro día presencie una discusión sobre como cambiamos. Discusión, sin enfado, intercambiando opiniones. Alguien defendía esta la idea en la que también me instalo, no cambiamos esencialmente cuando crecemos. Simplemente maduramos, somos distintos, porque vamos adquiriendo nuevos aprendizajes y experiencias, pero no negamos aquello que un día fuimos. La otra postura afirmaba que cambiamos continuamente, que no podemos vivir de los recuerdos. Fue un diálogo muy enriquecedor.
Me da la impresión que empezamos a envejecer con aquella primera cana, con la primera crema de cuidado anti-edad, porque empezamos a ser conscientes que ya no somos tan jóvenes. Sin embargo, no por ser más vitalistas, animados o divertidos, se pretende la eterna juventud. Envejecer lo equiparo a madurar. Soy maduro cuando asumo las limitaciones de mi cuerpo, pero pese a ello no dejo de ser yo mismo, ni de practicar aquello que me gusta. La madurez implica que no pretendo participar en las olimpiadas, pero sí que hago deporte regularmente y que me exija lo máximo dentro de mi disciplina deportiva.
En el otro lado de la balanza conozco personas de mi generación que han tirado la toalla, porque piensan que ya no pueden ni deben coger olas en la playa o surfear. No deben hacer 30 kilómetros en bici diariamente, porque ya son «muy mayores para eso». Tampoco les gusta jugar a la videoconsola, ni tampoco usan un teléfono inteligente, porque asumen que se han quedado atrás en los avances tecnológicos. En ese caso, me parece que nos autolimitamos con prejuicios sobre la edad y la capacidad de la personas. Todavía hoy puedo correr un «ironman», lo que no puedo pretender es llegar primero.
No hay que comportarse como un chaval de veinte años toda la vida, pero a veces, el envejecimiento, son limitaciones que nos autoimponemos, dejando de hacer cosas que nos gustan, porque están mal vistas para nuestra edad. A veces envejece más la mente que el cuerpo y dejamos de hacer cosas por el miedo al qué dirán, haciendo nuestra vida, un poco más triste. Envejece el cuerpo, pero la mente, nuestra mentalidad, madura, sabiendo aceptar los cambios y las posibilidades que tenemos en cada momento.

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