Me gusta la luz. No se porqué, pero me gusta. El lugar donde vivo está inundado de luz por todos lados. Muchas ventanas, mucha luz natural. Una de las cosas maravillosas que puedo observar desde la ventana son las puestas de sol. En algunos días, con mucha calima, el sol se difumina entre las nubes; en otras ocasiones, las menos, el sol se va a dormir en el limpio mar, dejando detrás de sí, una gran cantidad de colores empezando por el amarillo, naranja, para terminar en colores más oscuros como el rojo y el violeta.
Sin embargo, las puestas de sol pasan inadvertidas para muchos. Los días, como las horas, los momentos, pasan y ninguno es igual. Ninguna puesta de sol es maravillosamente igual, no se repite. No son producto del azar, sino que, cuando el sol se va a dormir entre las nubes, nos deja un increíble día lleno de maravillosos momentos.
Quizá una de las cosas maravillosas que tienen nuestras puestas de sol es que no se repiten. Ninguna es igual. Cada día el horizonte dibuja una silueta fantásticamente distinta. Unos días parece que alguna figura se come el sol, otro día el sol se acuesta en una cama de nubes. Seguramente esta es una de las formas en las que el sol le gusta más irse a dormir, sobre una cama blandita de nubes. Da una sensación de tranquilidad, aunque, desde luego, la cama tampoco es igual de un día a otro.
He de confesar que las puestas de sol que más me agradan son aquellas en las que el horizonte está limpio. Hace muchos años tuve la ocasión de ver una película titulada «El rayo verde», un fenómeno que se produce justo en el último momento en el que luce el sol. Ese último puntito que queda en el horizonte forma un rayo verde. Creo haberlo visto en más de una ocasión, grabándolo en video. Además, nuestras islas son un lugar privilegiado para este fenómeno y, dicen que la película tuvo algunas localizaciones en nuestro archipiélago.
Recuerdo que en «El Rayo Verde» recuerdo que decía que quien era capaz de ver el rayo verde, tenía más paz, clara sus ideas. Sin embargo, lo que es indudable es quien se sienta a contemplar el famoso «rayo verde», debe tener cierta tranquilidad y paciencia para esperar por este fenómeno. No creo que muchas personas se pongan a ver una puesta de sol con prisas.
Cuando el sol se acuesta entre las nubes, llega la paz, la tranquilidad de la noche que aparece, la incertidumbre que comienza, todo sucede, todo pasa, dando paso a un nuevo día. Cuando el sol se duerme entre las nubes es tiempo de dar gracias. De pensar en todo aquello que nos ha dejado el día y de las cosas nuevas que nos traerá el nuevo amanecer. Es tiempo, cuando el sol se acuesta entre las nubes, de pensar que hemos tenido grandes cosas por las que maravillarnos hoy y mañana, que tenemos un nuevo día para la esperanza, donde todo recomienza y nace una nueva oportunidad amar, que crecer y de aprender.