En las últimas décadas se han producido cambios muy acelerados provocando una forma distinta de pensar y de actuar. En estos días me ha venido a la cabeza como hemos cambiado en nuestra forma de entender la actividad comercial. Recuerdo que para poder comprar mi primer coche tuve que reunir una cantidad suficiente de entrada que equivalía al 20% de su valor. Era lo normal en aquel momento. Siempre que se iba a realizar una compra financiada, era casi una obligación por parte quien nos atendía formular la pregunta ¿cuánto va dar de entrada? No se concebía la financiación al 100%, era necesario un ahorro previo, sin el cual era imposible acceder a un vehículo, una vivienda o cualquier financiación a largo plazo. Nuestra mentalidad comercial y económica ha cambiado, con un mensaje subliminal que no debería haber formado parte de nuestra forma de ser: «Todo se compra», «Lo puedes tener todo», «todo se puede pagar en cómodos plazos». Esta mentalidad es la que, probablemente, nos haya conducido al deterioro de nuestra economía, ya no nos conformamos con tener la casa de los sueños, sino también podemos conseguir nuestro coche favorito o la televisión último modelo. Todo se puede financiar, todo se puede conseguir con “dinero prestado”.
La capacidad de ahorro casi desapareció, las familias se endeudaron más de lo que podían y ahora las consecuencias son catastróficas. Una familia media en la que trabajaban los dos y vivían holgadamente, si uno de los dos y, en muchos casos los dos miembros pierden el trabajo, se encuentran en una situación comprometida. Nadie puede prever que algo así ocurriría. Nadie va a pensar al estampar su firma en una hipoteca que al cabo de unos meses va a perder el trabajo. No entra dentro de las posibilidades. Sin embargo, había muchas personas que, teniendo un préstamo casi liquidado o que no tenían su casa hipotecada, se endeudaron para tener el coche que siempre quisieron, la casa de la playa, las vacaciones de ensueño… Y cuando se termina de pagar un crédito, se pedía otro ¿cómo va ocurrir que usted no tenga una hipoteca? Es lo normal en España.
Quizá deberíamos aprender de nuestros padres y abuelos, porque ellos no lo han pasado bien durante mucho tiempo al no disponer de recursos económicos. El otro día alguien decía que deberíamos aprender de ellos, porque «han vivido en permanente crisis». Una crisis de posguerra, una situación difícil donde había que sacar a familias numerosas adelante, donde lo importante era lograr el alimento necesario para vivir y con todos los problemas que existían… y encima ¡eran felices! Luego el dinero y no lo da la felicidad.
Por tanto, la forma de entender nuestra economía, de endeudarnos, de conseguirlo casi todo ha cambiado nuestra vida y la de nuestros hijos. El problema es ahora tratar de volver sobre nuestros pasos, de forma que sea casi obligado que alguien nos pregunte con total normalidad ¿y cuánto va a dar de entrada? Porque da la impresión que esta “revolución económica” ha terminado y quizá habrá que repensar la forma de comprar y vender. No debiéramos vivir por encima de nuestras posibilidades, puesto quizá el querer tenerlo todo nos puede conducir a la ruina.