¿Por qué no se muere tu madre?

El otro día, cuando iba entrando al hospital, una persona conocida me formuló esa pregunta: ¿Por qué no se murió tu madre? Como es habitual en mí, no sé si por timidez, respeto, educación… o “mejor estar callado que lanzar un improperio”. Simplemente guardé silencio durante unos segundos que sirvió, creo, para responder.

Mi madre se encuentra hospitalizada desde hace cuatro meses como consecuencia de una grave caída en la escalera de su casa, donde se golpeó la cabeza fuertemente. Tiene dificultades para reconocernos, para hilar una conversación coherentemente, así como serios problemas de movilidad.

La pregunta de mal gusto de la señora me sirve para reflexionar sobre el modo, quizá generalizado, de esta sociedad. Si una persona es una carga, mejor deshazte de ella. La pregunta, situándola en el contexto adecuado, surge cuando le cuento las dificultades que afronta mi madre con una cabeza dañada, la movilidad reducida, postrándola, de momento, en una cama o silla. También hace unos días, una compañera de trabajo no entendía como podía decir que “me lo pasaba pipa” visitando a mi madre. En este caso sí que respondí: “Mejor pasármelo pipa, que estar llorando”.

Todo esto me hace reflexionar sobre la idea que tenemos de la vida, de la ancianidad y de las dificultades con las que se encuentran nuestras personas mayores: “cuando no eres útil, vete a un centro y no molestes”. Nos encanta la vida color de rosas en la que las personas son felices, no hay sufrimiento, todos vivimos en una “falsa felicidad”.

Es evidente que la vida no es un camino de rosas y que la verdadera felicidad no consiste en que todo me sonría, sino más bien en cómo le sonrío yo a las cosas.

Tras casi cuatro meses de hospitalización, no tengo otras cosas que dar gracias a Dios. En primer lugar porque mi madre me ha enseñado en estos momentos complicados muchas cosas, como por ejemplo como vivir de cerca la enfermedad de un familiar. Las veces que he vivido la enfermedad, al margen de la personal, siempre ha sido ambulatoria, de un poco rato y ya está. En esta enfermedad más crónica y complicada, me ha enseñado a abordarla con alegría, porque hoy estoy convencido de que lo menos que necesita un paciente es que nos pongamos a llorar a su lado. Lo que estimarán es que seamos capaces de animarles, distraerles y hacerles felices en ese momento difícil. En segundo lugar, la enfermedad de mi madre, me ha permitido ayudarla, porque no se vale por sí sola, porque de la misma manera que ella nos ayudó a mí y a mis hermanos, creo que es bueno ahora, prestarle un poquito de atención. No por devolverle el favor que nos hizo cuando nos cuidó de pequeños, sino por darles las gracias generosamente, por estar aquí en este mundo, por disfrutar de esta vida que ella posibilitó. Podría seguir con una lista inmensa, pero me quedó con una tercera razón: Por la ternura, porque en estos momentos de la enfermedad de mi madre he vivido momentos de ternura que no voy a olvidar.

Ante la imposibilidad de movimiento, la comunicación en otros canales se acentúa. Las caricias en su rostro y sus manos, por esas risas, las miradas, por la complicidad y el cariño que, en situación normal… ni yo hubiera dado, ni mi madre habría aceptado.

¿Por qué no se murió tu madre? (¿y por qué no te mueres tú? Habría sido la respuesta adecuada) Pero no me caracterizo por la grosería, ni por la respuesta rápida. Pero sí sé que la clave es muy sencilla, porque todos tenemos mucho que aportar a los demás, incluso en la enfermedad, incluso cuando estamos mal o bien, mejor o peor. Cuando somos niños o mayores, todos tenemos mucho que decir. Lo que sucede es que no estamos acostumbrados a escucharnos unos a otros, sino que lo válido es el fin utilitarista. Valemos por “parecer perfectos”, maravillosos… sin caer en la cuenta que esa perfección no existe. Es sólo un espejismo por el que muchas personas se pasan luchando la vida completa, sin valorar lo que tienen.

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2 comentarios

  1. Hace poco, una persona muy cercana a mí, como me vio deprimido, me aconsejó que cometiera adulterio. Yo lo miré sorprendido y me contestó que una canita al aire de vez en cuando no pasa nada. O sea, yo entro a mi casa oliendo a perfume de mujer y quitándome pelos de rubia y no pasa nada. Se lo comenté a mi mujer y me dijo algo que ya sabía: que las cosas hay que tomarlas según de quien venga. No obstante, si es verdad que se ha asentado en la sociedad una cultura del vale todo. Muere una persona y dicen..mejor es que se haya muerto total…Es lo que llamamos la cultura del relativismo. Pero yo no me rindo, yo evangelizo y digo o que es correcto y siempre siembras una semilla en algún sitió.

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