Hoy en los exteriores del instituto de mi hijo, cuando nos íbamos en el coche, presencié lo que parecía ser un «ajuste de cuentas». Un espacio se abrió entre la marea de estudiantes, para dejar al descubierto como un chico golpeaba a otro que huyó ensangrentado.
No consigo entender la violencia y quedé consternado. De modo que escribo estas líneas casi como terapia, deseando que las dantescas imágenes presenciadas hoy, abandonen mi cabeza. No entiendo lo que pasa por la mente de alguien que es capaz de ensañarse con un semejante. No comprendo cómo alguien puede, no sólo golpear, sino luego regodearse en medio de la vía de «ser el vencedor» de una bronca, tan estéril como inútil, que no conduce a nada. Y que, dicho sea de paso, puede que genere más violencia todavía, al ser plausible que no quede todo en el suceso de hoy, sino que el agredido trate de resarcirse, Dios sabe cómo, de lo ocurrido al mediodía de hoy.
La violencia se aprende… es una afirmación en la que están de acuerdo muchos entendidos del comportamiento humano. Pero lo que parece evidente es que no fui buen estudiante de esa materia, porque me sigue sobresaltando espectacularmente los hechos violentos vividos en primera persona. Por más que trato de comprender los motivos que llevan a una persona a golpear a otra, no lo consigo entenderlo y queda grabado entre mis tristes experiencias… No va conmigo… Puede que alguien piense que vivo en un país de rosas, que la sociedad enseña la violencia desde que somos pequeños, en la televisión, los informativos, el cine, pero sigo creyendo, quizá ingenuamente, que somos buenos por naturaleza, que lo negativo, lo violento, nos presiona cuando nos encontramos en situaciones muy complicadas de las que no sabemos salir. Pero los hechos de esta mañana no aparentaban eso.
Por cierto que, no sé si otra vez por ingenuidad, estaba detectando más pacifismo y tolerancia entre jóvenes, fruto probablemente, de las enseñanza en las escuelas y otros ámbitos. Quizá me traicione la vista, porque como dicen muchos por ahí «todo depende del color del cristal con el que se mire» y, parece que la mirada últimamente la tengo bien graduada en el amor y sentimientos positivos, de ahí que sigo sin entender la violencia.
Abogo por seguir educando en la paz y el amor como forma de construir una sociedad más tolerante y justa, donde la única forma de entendimiento entre personas sea el diálogo. Quizá debo dejar de escribir ya, algo más tranquilo, porque quizá, piensen que debo ir al oculista de la realidad para graduarme. Aunque he de confesar que, teniendo algo de falta de vista, no uso mucho las gafas… Es probable que por eso, siga viendo el mundo de color de rosas.